Durante los siglos VIII y VII a de JC, los pueblos indígenas de finales de la Edad del Bronce en nuestro territorio, pasan a formar parte importante de la órbita de intereses comerciales de los fenicios, en lo que se conoce como periodo Orientalizante. Fue el inicio de un complejo y espectacular proceso de cambio que culminó en el siglo VI antes de JC con el florecimiento de las colonias griegas en nuestro litoral, cuyas interacciones comerciales terminan por conformar una cultura de los iberos plural y diversa, por su gran extensión geográfica, pero desigual por el grado de influencia de dichos intercambios.
Esta interrelación desembocó en la creación de nuevos asentamientos con un marcado carácter urbano, poblados y ciudades regidas por medio de relaciones sociales y económicas clientelares, donde la aristocracia local ejercía todo su poder e influencia sobre el resto de individuos. Estos centros pasarían a tener un papel destacado en los mercados mediterráneos por la abundancia de materias primas y su producción.
Las principales ciudades ibéricas estaban conectadas a través de la Vía Heraklea, cuyo trazado heredó la Vía Augusta, lo que favoreció el comercio entre la costa y el interior peninsular, siendo uno de sus tramos más representativos el que recorre el Valle del Vinalopó hasta La Alcudia en Elche.