Los cementerios romanos se ubicaban por ley fuera de las ciudades, en su entorno cercano y junto a los caminos que conducían hasta las puertas de entrada de los recintos urbanos. Las tumbas y sus estructuras son de muy variada índole, practicándose primero el rito funerario de la inhumación hasta mediados del siglo I a de JC. A partir de esa fecha se adoptó mayoritariamente el de la cremación, para finalmente, durante el siglo II d JC, recobrar el rito de la inhumación, que ya no se abandonaría.
Las villas rurales también cuentan con sus pequeñas necrópolis de tumbas sencillas por lo general, sepulturas que se señalizarían con lápidas funerarias de mármol, caliza o arenisca, como el caso de la inscripción de La Agualeja de Monforte del Cid que cita a Furia Tyce, persona de origen griego.