El ritual funerario generalizado entre los iberos era la cremación, aunque existen casos de recién nacidos no quemados que se enterraron bajo los suelos de las casas, que por su corta edad, no estaban revestidos del derecho a ser enterrados en la necrópolis.
El cadáver se engalanaba con su más rica vestimenta y adornos personales –pendientes, collares, fíbulas, broches, anillos, etc. – y se le proveía de sus armas, símbolo social, para luego ser conducido hasta la pira o ustrinum donde el fuego purificador lo consumía. Se recogía luego el ajuar personal y una parte de los huesos quemados en una urna, que era depositada en el interior de la tumba. Todas las armas se doblaban inutilizándolas, con el fin de volver a ser útiles en el Más Allá.
Útiles domésticos y agrícolas, fusayolas, distintas piezas cerámicas, pequeños recipientes de vidrio con aceites o perfumes, pebeteros y alimentos, son algunos de los ajuares encontrados en sus tumbas, como señal de trasposición de la vida terrenal al Más Allá. Se realizaban libaciones y banquetes funerarios, siendo los vasos y recipientes utilizados en esas ceremonias destruidos intencionadamente y depositados junto a la tumba.